Raquel Cabeza Moreno
Gerencia de Atención Primaria de León.
Sr. Director: En mayo del año pasado se puso en contacto conmigo una compañera del hospital de Bilbao en el que inicié mi carrera profesional como matrona. En una asociación a la que ella pertenece pedían asesoramiento en lactancia materna para una madre que debía someterse a una intervención quirúrgica en el Hospital de León, mi ciudad natal y donde ahora volvía a vivir.
María es una mujer de cuarenta y tres años a la que han diagnosticado cáncer de mama susceptible de ser operado cuanto antes. Contacto con ella por teléfono y me cuenta su situación, preocupada sobremanera por el trato que ha recibido por parte del equipo médico por seguir amamantando a su hija de dieciséis meses. María se sintió ridiculizada e infantilizada cuando los médicos le propusieron dejar la lactancia materna en el momento del diagnóstico, incluso cuestionando su mantenimiento en una hija tan mayor. Ella es una mujer informada y sabe que si finalmente tiene que tratarse con quimioterapia, deberá abandonar o interrumpir la lactancia, pero no quiere pensar en ese momento todavía.
A María le ha costado mucho conseguir que su embarazo llegase a término y ha pasado por un parto cuanto menos fácil. Tras superar un postparto lleno de vicisitudes consiguió instaurar la lactancia materna y establecer un vínculo perdurable con su hija Paula, el apego. Sus antecedentes y la importancia que para ella tiene la lactancia en la relación con su hija pasan desapercibidos para los médicos y cirujanos que le diagnostican y tratan, por lo que ella busca en mí completar esa parte como sanitaria y asesora de lactancia. A estas circunstancias se suma que, en opinión de María y probablemente con mucho acierto, el diagnóstico se ha retrasado por la pandemia. Este hecho añade una gran carga mental sobre la evolución que hubiera tenido el suceso en condiciones más óptimas […].