Mar Miguel Redondo
Centro de Salud Roces-Montevil (Gijón).
Sr. Director: Siempre había querido ser enfermera, por lo menos desde que alcanzo a recordar. No tenía ningún modelo cercano, ya que en mi entorno no conocía a nadie con esta profesión, pero era algo que nacía dentro de mí como si de una luz se tratase. Esa luz iluminó mi sendero, a veces con gran fuerza y en ocasiones y por situaciones de la vida, de las que estoy segura, todos alguna cosa conocemos, algo más titilante. Aunque independientemente de la intensidad, lo verdaderamente importante, es que siempre estuvo presente y que me fue dirigiendo hacia la gran meta, tan deseada, tan satisfactoria, tan peleada, tan ‘’cuesta arriba’’ en ocasiones, pero al final, tan mía.
Desde que empecé mis andanzas como enfermera, he transitado por numerosos servicios. Yo siempre había dicho que podría ir a cualquier sitio al que me mandasen, al final, te acabas haciendo a todo (o no te queda otro remedio) pero pediatría me daba pánico. Para quien me conoce, puede resultar contradictorio, ya que me encantan los niños, pero, precisamente por eso, por lo que consigo empatizar con ellos y por la ternura que me producen, pensaba que no podría soportar ver a niños transitar la enfermedad.
Era noviembre y enseguida iban a salir los contratos de navidad, yo estaba ansiosa por saber qué me iban a deparar las navidades laboralmente hablando. Aquel día lluvioso de noviembre, como cada mañana cuando estás en el busca, me desperté temprano, pegada al teléfono, siempre con sonido y batería cargada. Estaba leyendo, pero era incapaz de concentrarme en la lectura, por lo que cogí el móvil y me puse a revisar mensajes, en ese preciso instante y como si lo hubiesen sabido, me llamaron. Fruto de los nervios y con el teléfono en la mano, colgué. Me gusta pensar que todo pasa por algo y que este contrato fuera a empezar de esta manera, no hizo más que confirmar mi pequeña teoría (o eso pensé ese día).
Me vuelven a llamar, esta vez sí lo cogí, me leyó los contratos y elegí el contrato más largo, hasta el 7 de enero. Después, me pasan con personal para comunicarme el servicio y como si de una broma del destino se tratase, me informan que el contrato que acababa de coger era un bloque en pediatría. No me lo podía creer, pediatría ¡y en navidad! Por mi cabeza no paraba de pasar la idea de ‘niños sufriendo enfermedades, en una época del año en la que tan solo deberían disfrutar y ser felices’. Ese día fue horrible y al día siguiente empezaba mi nueva aventura de mañanas. Los comienzos siempre suelen dar algo de miedo, en este caso, la palabra miedo se quedaba corta.
Empecé en la planta de lactantes, había muchos pequeños ingresados sobre todo por bronquiolitis, la estrella en esta época, los compañeros eran muy agradables y me enseñaron mucho. Cuando llevaba un mes en la planta, me propusieron ir a la UCI de pediatría, hacía falta personal.
Y así empecé un cinco de diciembre en UCI. Cuando llegué me asignaron el lado con menos pacientes. A mi cargo estaban tres pequeños, Lucía de tres años, una crisis asmática, Marcos de cinco años, un traumatismo craneoencefálico, y Valentín, un pequeño de cuatro meses con una enfermedad neurológica sin filiar que le producía paradas respiratorias desde el momento del nacimiento […].